Si deseas cambiar el mundo, primero comienza a cambiar tú mismo.
Muchas veces nos quejamos de la sociedad en la que vivimos. Nos “gusta” criticar a los demás, sin mirar nuestra propia vida. Todo lo que viene de fuera, es malo. Todo lo que nosotros aportamos a la sociedad y hacemos, es bueno…
Y ahí comienzan las distinciones:
Yo no me parezco a nadie. Yo soy único. Nunca cambiaré. Son frases que he escuchado más de una vez.
A veces, nos identificamos con alguien o con algo, y pensamos que sólo eso es lo correcto. Lo que no vaya con nuestras ideas no es bueno. Miramos mal a quién nos dice que es de otros pensamientos o aficiones.
A veces, nos identificamos con alguien o con algo, y pensamos que sólo eso es lo correcto. Lo que no vaya con nuestras ideas no es bueno. Miramos mal a quién nos dice que es de otros pensamientos o aficiones.
Nos separamos. Nos alejamos poco a poco. Y seguimos en nuestro mundo, pensando que lo nuestro es lo único que existe. Que estamos en el centro del mundo y del universo, rodeados de la nada.
Pero, realmente no estamos solos. Nos parecemos más de lo que nos creemos, y no estamos solos en ese centro del universo. Millones de personas de todas las partes del mundo nos rodean. Y además, tienen las mismas motivaciones que nosotros y viven con el mismo deseo de felicidad y amor para nuestros seres queridos y para nosotros mismos.
Sólo tenemos que observar. Mirar lentamente a cada lado y ver a cada persona, como si realmente fuéramos nosotros. No es difícil. Es tan sencillo como dejarse llevar por la fluidez de un río. Sin resistencia al cambio. Adaptándonos a las circunstancias del río. Si viene una gran piedra o una gran maleza, esquivarla o atravesarla sin miedo y con confianza.
Vivir siendo únicos, siendo conscientes de que nos rodean otros seres que también son únicos. Ser como un gran río. Ser cada uno una gota de agua, formando ese gran río, para cambiar el mundo.
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