Cierra
los ojos y respira profundamente tres veces.
Observa
mentalmente tus pies.
Imagina
que caminas descalzo y muy despacio por encima de un césped muy verde.
Nota
la humedad y el frescor.
Solo
ves tus pies y el césped, pero sabes que si levantas la vista, un paisaje bello
rodeará tus pasos.
Te
sientes feliz y a salvo.
En
estos instantes, nada importa. Solo esas sensaciones que te recorren el cuerpo.
Continuas
andando y en tu camino, te encuentras con una hermosa flor con los pétalos muy
grandes.
La
observas con cuidado y te das cuenta de que te está transmitiendo algo.
Te
arrodillas y tocas sutilmente una de sus hojas.
Cierra
los ojos.
Escucha
el viento y el silencio que existe en ese lugar remoto.
Aquella
flor te hace sentir parte del entorno.
Deseas
estar más cerca de ese ser y sentirte igual de viva que la planta.
Con
solo desearlo, tu cuerpo se transforma en el centro de la flor.
Ahora
mismo, formas parte de la flor que observabas.
Debajo
de ti, el césped parece mucho más verde que antes.
Pequeños
insectos, imperceptibles por ti cuando caminabas, revolotean a tu alrededor.
Un
murmullo de agua te hace estar alerta.
Un
pequeño riachuelo llega hasta ti, rodeándote y bañando todo tu ser.
Estás
muy feliz de estar siendo regado.
Respira
profundamente una vez.
Tu
cuerpo poco a poco, va saliendo del trance y vuelves a ser tu mismo.
Tus
pies siguen cerca de la flor de pétalos grandes.
La
miras y sonríes.
Sabes
lo que siente esa forma de vida que parecía tan distinta a ti, hace tan solo
unos segundos.
Conoces
sus sensaciones y sus necesidades.
Eres
parte de ese mundo que te rodea.
Eres
esa naturaleza que atraviesas con paso lento.
Aceptas
el hecho de volver a ser tu misma.
Mira
hacia arriba y nota el sol en tu cara.
Repite
para ti: Todo está bien. Todo va a salir
bien. La vida es maravillosa.
Respira
profundamente una vez.
Abre
los ojos.
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