Cuando
somos pequeños, el silencio y la oscuridad nos dan miedo.
Cualquier
forma o bulto de nuestra habitación, se convierte en un monstruo que nos quiere
asustar. Debajo de la cama, suele ser el sitio más cómodo para ellos, ya que
tiene las condiciones adecuadas para su existencia: penumbra llena de silencios
o de extraños sonidos inexplicables.
Cuando
crecemos, reconocemos que es casi imposible que haya nada malo debajo de la cama,
y creemos que por fin los monstruos se fueron.
La
noche entonces, nos invita a la fiesta y a dejar de pensar. Ya no somos unos
niños asustadizos…
¿O
sí?
Debajo
de la cama se esconden nuestros sueños y nuestros miedos. Dos opciones
paralelas, que en ocasiones se convierten en una sola línea. Nuestros deseos se
ven muchas veces truncados por esos terrores nocturnos, por esos monstruos
creados en nuestra imaginación.
Es
entonces, cuando nuestro niño interior (más paralizado que nunca), se sumerge
en las sábanas para protegerse de los errores y de los miedos.
Cuando
éramos pequeños, taparnos la cabeza para evitar ver las sombras, funcionaba
hasta que conseguíamos dormirnos. El más mínimo ruido o corriente en la habitación,
nos ponía en alerta, pero aquello podía durar poco. Al fin y al cabo, éramos
niños, y estábamos cansados. Los juegos diurnos y los trabajos escolares, nos
hacían llegar a la cama sin muchas ganas de luchar contra los monstruos.
Sin
embargo, ahora, cuando ya somos mayores, hay muchas noches que no podemos
dormir. A pesar del trabajo diario o de las tareas, nuestra mente sigue
envuelta en los miedos y en los deseos incumplidos. Ese momento del día, puede
ser idóneo para hablar con nuestro niño interior (sobre todo, si no nos podemos
dormir). Darle apoyo, al que en su día fuiste tú mismo, solo en la penumbra de
tu cuarto, y sin más compañía que tu imaginación.
Recuerda
como eras entonces. Visualízate en tu cama con varios años menos. Imagina o
recuerda, como bajabas la cabeza hacía el hueco de tu cama, y comprobabas que
no hubiera nada ni nadie debajo. En realidad, ese era el momento más problemático
de la noche, porque si tus sospechas eran ciertas, debajo de la cama, habría un
monstruo mirándote con cara de pocos amigos. En ocasiones, llegabas a verlo
gracias a las zapatillas o a las cajas guardadas allí. En otros momentos, decidías
que el miedo era más fuerte y simplemente te tapabas la cara hasta que el
cansancio te venciera. Aunque tus sueños no eran del todo tranquilos…
Ahora,
imagina que estás contigo cuando eras pequeño. Siéntate a tu lado en tu cama. Y
háblate sin tabúes.
“Todo
está bien pequeño. No pasa nada. Has superado grandes obstáculos a lo largo de
tu vida y seguirás haciéndolo. Aquí estoy yo para demostrarte que los monstruos
solo están en tu cabeza. Que puedes ser y hacer lo que te propongas, porque TÚ
eres más fuerte que tus miedos y tus muros paralizantes. Ahora es el momento
adecuado para aceptar que eres especial. Una persona maravillosa, con muchas
capacidades. Imagina que debajo de tu cama, vive el sol y un mundo mágico lleno
de seres extraordinarios. Sigue viviendo con esa curiosidad e imaginación
desbordante que ve vida donde solo hay sombras. Sigue siendo un niño”.
Sin
más, acaricia a tu niño interior, dale las gracias por dejarte aprender de él y
sonríele.
Todo
ocurre en función de cómo lo creas y de cómo los mires.
Recuerda
todo lo que se esconde debajo de tu cama, y aprende de ello.
Vive
sin miedos.
Tú
puedes.
2 comentarios:
Buen trabajo Carolina. Así suelen ser en ocasiones las cosas...
"Todo ocurre en función de cómo lo creas y de cómo los mires".
Esta frase lo resume todo magistralmente!
Un abrazo.
Muchas gracias Ernesto :D Me alegra leer tus palabras :) Un abrazo! :)
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