Había
estado todo el día con la mosca detrás de la oreja.
Algo
le incomodaba y no sabía aún que era.
La
percepción que tenía era la de sentir que estaba viviendo dentro de un
videojuego.
Nada
parecía real. Sus pies caminaban entre formas variopintas. Sus ojos no dejaban
de parpadear intentando hacer un reinicio en el sistema.
Fuera
donde fuera, escuchaba gritos, sirenas y ruidos sin una procedencia clara.
Él
estaba allí, en medio de la nada, suspirando porque el juego terminara y volver
a la realidad.
Sin
embargo aquella desrealización se hacía cada vez más y más grande.
Las
noticias en diversos medios de comunicación no dejaban lugar a dudas: el mundo
se estaba convirtiendo en una extraña y burda película de acción.
Decidió
observar su cuerpo en un espejo. La silueta marcada parecía hecha a lápiz… sus
rasgos eran cambiantes. No había una coherencia en la expresión de sus
emociones.
“Me he convertido en el protagonista del
juego”, pensó, “Alguien atrapado en
un sin sentido que ha perdido la capacidad de pensar, creer y emocionarse”.
Ya
no había empatía. Eso sintió cuando como un acto reflejo se quitó la careta que
cubría su rostro. Él ya no era él. Ni siquiera había ya un espejo.
Tanta
incertidumbre le ahogaba. Así que salió corriendo en busca de aire que
respirar.
Al
salir a la calle se encontró con más protagonistas. Todos tenían su propia
máscara. Y muchos se parecían a él.
Necesitaba
acercarse a cada uno de sus vecinos y darles un apretón de manos, pero su
apatía lo movía en sentido contrario. Solo deseaba causar daño. Pero un daño
irreal en un mundo virtual.
Una
algarabía de ruidos de armas, disparos acompañados de sangre hicieron su efecto…
de repente todas las caretas cayeron al suelo. La suya también.
Ahora
el mundo parecía igual o incluso más real que antes.
La
mayoría de las personas (protagonistas del juego de acción como él), tenían lágrimas
en los ojos y la nariz enrojecida de la pena.
No
podía creerlo. Allí estaba él. En medio de la nada. Rodeado de desconocidos con
carteles en alto. Viviendo en un lugar sin máscaras.
Entonces
comprendió algo… la empatía, las emociones nunca desaparecieron del todo…
estaban en un mundo sin realidad, detrás de unas ojeras ficticias y de unas
noticias falsas.
Nada
fue como aparentaba ser.
Los
carteles se iban multiplicando, mientras las personas iban despertando del
juego.
El
calor humano estaba cercano y ya si podía ofrecer esos apretones de manos y
abrazos que tanto ansiaba.
Todos
eran uno.
Y
solo había una clase de juego al que todos decidieron jugar.
La
vida.
2 comentarios:
Uaauu! me ha encantado! muy buen símil entre la vida real y un videojuego, muy original, me atrapó desde el principio! y me encantó el final tan esperanzador... muchas gracias por seguir compartiendo, un abrazo!
Muchas gracias Gemma :D :) Me alegra mucho que te haya gustado ;) De nada y un abrazo también para ti :D
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