Imagina
que estás en la explanada de una estación de trenes. Vas solo, pero acompañado
de un par de maletas grandes.
Estás
tranquila y entretenida en lo que te rodea. Otras personas como tú, se disponen
a tomar el tren. También van solas.
Aunque
apenas hay contacto visual entre vosotros, los viajeros solitarios, existe en
el ambiente un halo de unión especial.
Te
sientes acompañado y arropado en esta nueva aventura.
Sabes
que has de tener paciencia, y que igual que ahora estás sentada esperando el
tren, después de un tiempo ya estarás dentro del mismo, viajando hacia
cualquier lugar.
Porque
la gracia de esa estación de trenes, como si de una estación mágica se tratara,
es que es el tren el que te lleva al lugar que deseas aunque no lo expreses en
voz alta.
No
hace falta que hables para que tus pasos se dirijan a esa parte del universo
que te espera con apasionantes experiencias.
Tus
sensaciones son buenas. La seguridad de los demás viajeros te impregna a ti
también. Confías en tu próximo destino y sabes como dice el refrán, que: “todos los caminos llevan a Roma”. Al
final todo llega, sea por el camino que sea.
¿El
secreto para seguir teniendo la paciencia de quién espera? Pues esa vitalidad y
alegría que irradias cuando estás feliz. Esa chispa que vemos cada día en los
más pequeños o en aquellos que siguen viviendo desde el corazón y no desde la
cabeza.
Vives
en un estado de paz, y aunque esperas no tienes expectativas de qué te deparará
el futuro.
Respira
profundamente una vez.
Las
luces de la estación comienzan a difuminarse.
A
lo lejos, un vehículo llega veloz hacia dónde estáis parados.
Sin
demora, aquellos que se sienten preparados cogen el tren fantástico. Otros, que
no han abierto la boca pero su expresión les delata, se retiran hacia atrás, paso
a paso.
Tú
has conseguido entrar en un vagón y feliz de tu destino, te sientas en uno de
las butacas cómodas y mullidas del tren.
Todo
parece estar en plena armonía.
Cierra
los ojos, respira tranquilo y disfruta del viaje.
Te
lo mereces.
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